Texto 1
Periodista: Se me ha ocurrido empezar la entrevista preguntándole qué le gustaría que le
preguntase...
Escritor: ¿Me va a trasladar su trabajo? Por mí, no diría nada porque, para empezar,
cuando tengo algo que decir, normalmente lo digo por escrito. Hay autores a los
que supongo que les gusta mucho hablar de lo que han hecho. Yo lo hago porque
no me queda más remedio. No soy un huraño, aunque alguna gente pueda creer
que sí. Lo que uno hace, ahí está. Los libros deberían valerse por sí mismos, como
sucedió durante siglos. La gente no sabía apenas nada de los escritores; ni
conocía sus caras.
Periodista: ¿Entonces le gustaría preservar un cierto anonimato?
Escritor: En televisión procuro no salir. Hay un elemento ahí, en la televisión de escaparate,
que intento evitar si puedo. Tampoco es que me niegue rotundamente. Hace dos
semanas hice una entrevista en una televisión sueca. Pensé: «Es Suecia. No vivo
allí y nadie me va a conocer por salir en televisión». Eso también es algo que
prefiero.
Periodista: ¿No tiene miedo de perder el favor del público, tal y como van los gustos literarios?
Escritor: Yo nunca pierdo de vista que podría haber escrito exactamente los mismos libros
que he escrito y tener 10.000 lectores. Esta cifra no sería nada desdeñable, ojo.
No ya el autor, sino el propio editor, diría que es un éxito... Podría haber hecho
exactamente lo mismo que he hecho, y mi suerte con los lectores, con la crítica o
con los reconocimientos en forma de premios, podría haber sido distinta. Si eso lo
pierdo un día, no tendría derecho a quejarme.
Periodista: ¿Cuándo presenta nueva novela?
Escritor: Estoy trabajando en una de la que llevo no sé exactamente cuánto, yo creo que la
llevo mediada. Empiezo muy inseguro, sigo muy inseguro, y termino muy inseguro.
Quizá, con suerte, para el año que viene. Siempre y cuando –eso lo digo con
todas–, una vez que la termine, le dé el visto bueno. Por ejemplo, Los
enamoramientos, mi última novela, estuve a punto de no publicarla. No estaba
nada convencido de ese libro. Nunca estoy seguro. El hecho de que te haya salido
supuestamente bien el libro anterior no te garantiza que el siguiente te salga. El
talento, si es que es una cuestión de talento, no está asegurado para nadie. En el
caso de Los enamoramientos mi grado de duda fue mayor, hasta el punto de que
le dije a mi agente: «Llama a mi editor, avísale, dile que no la va a tener como le
anuncié, y que a lo mejor no la va a tener en absoluto, porque me la voy a mirar
otra vez». La miré y me pareció interesante. Al final opté por publicarla, pero tuve
dudas. Luego, le ha ido muy bien a este libro, y me alegro.
adaptado de javiermariasblog.wordpress.com
Texto 2
Una de las obligaciones más asumidas por la tropa es que entrar en el ejército implica cortarse
el pelo. Así funciona en las Fuerzas Armadas: en la primera visita, a la peluquería. Pero hubo
una ocasión excepcional en la que los soldados de la Marina española pudieron saltarse la
ordenanza.
El 26 de noviembre de 1809, el rey José I Bonaparte firmó una Real Orden que estipulaba
que los integrantes de la Armada quedaran exentos de cortarse el pelo. Con esta orden
quedaba anulada una anterior cuyo cumplimiento trajo más de un disgusto a la marinería. Y
no era cuestión de coquetería. Era cuestión de vida o muerte.
Habría que irse muy atrás en el tiempo para saber de dónde viene esto de que sea
obligatorio cortarse el pelo en el ejército. Los primeros que sufrieron la norma fueron los que
manejaban arco y flechas porque si el pelo les sobresalía por debajo del casco, las melenas
se les enredaban con la cuerda al tensar el arco y, más que herir al enemigo, chillaban como
nenas por el tirón de pelo. La normativa se fue extendiendo por cuestiones de higiene y de
uniformidad, hasta que en 1809 se ordenó en los ejércitos españoles un adecuado corte de
pelo para toda la tropa y los reclutas.
Los soldados de la Marina, sin embargo, se llevaron un sofocón y no pararon hasta
conseguir que semejante orden no les afectara. Escribieron al rey José I Bonaparte y le
explicaron que el pelo largo en la Marina podría suponer la salvación de un soldado. Hicieron
una petición de gracia alegando que a un marinero que llevara el pelo rapado no habría forma
de agarrarlo por los pelos en caso de que cayera al agua. ¿De dónde creen, si no, que viene
eso de salvarse por los pelos?
El rey atendió la petición y los marineros volvieron a hacerse la coleta. Pero esto fue hace
doscientos años; ahora la norma del pelo rige para todos: el color, natural y uniforme; las
patillas, que no rebasen el lóbulo; y el pelo, que no cubra la oreja por la parte superior. Salvo
para las chicas, claro, a quienes se les permite el pelo largo.
adaptado de Nieves Concostrina, Se armó la de San Quintín y otras menudas historias de la historia